Los siguientes sucesos y personas son completamente reales.
El siguiente post tiene un alto contenido dramático, pero no por eso deja de ser cierto.
Todo parecido con la realidad es completamente cierto.
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Hace mucho tiempo que no veía a Luisa, pero cuando supe que estaba en el hospital junto a mi madre, tan cerca de mi trabajo sentí uno de esos impulsos idiotas y quise ir. Cuando la encontré, una mezcla de emociones se apodero de mi, una especie de lastima mezclada con desagrado, allí estaba ella, vieja y sola, vestida de negro con una pequeña bufanda rosada llena de manchas, sentada en una de las bancas del hospital, mirando al vacio, creo que ni siquiera estaba segura de donde estaba, o porque estaba allí. Me acerque temeroso ¿Cómo tomaría volver a ver a su nieto luego de tanto tiempo? ¿Cuántas represalias iba a recibir? Cuando me acerque, y la llame, no me reconoció, creo que no sabía bien quién era, no sé si pudo ver en mis ojos el cambio o si fue por cómo estaba vestido, pero parecía que nunca había visto a alguien como yo. Me senté a su lado, con un poco de miedo, porque no estaba seguro de que se acordara de mi, o de si se encontrara emocionalmente estable, le repetí mi nombre, no el otro que uso para que nadie sepa quién soy ni la deshonra que es mi familia para mi, fue allí donde me miro por un instante, fijo sus ojos en mi y se dio cuenta que era su nieto, al que no veía hace casi un año, al inicio con desconfianza me extendió la mano, la tome y acaricie sus arrugados dedos, para mi horror, en sus manos había una gran cantidad de heridas, mi primera impresión fue que, seguramente, mi abuelo la había atacado de nuevo, pero fijándome más detenidamente , descubrí que las heridas eran costras, exactamente iguales a las que tiene en la cabeza, producto de una infección, infección que fue ocasionada por que, en uno de sus ya conocidos arranques alcohólicos, mi abuelo la lanzo contra una puerta, donde ella se estrello, rompiendo los vidrios y clavándolos en su delicada y vieja cabeza. No estuve allí pero imagino que la sangre corría por todos lados, mi madre, a la cual muchas veces le he reprochado el no poner prioridades en su vida, se encargo de propinarle un severo golpe a mi abuelo, motivo por el cual ahora, ambos se encuentran en juicio. El punto es que las heridas en la cabeza de Luisa aun no terminan de sanar, mi padre, un hipócrita consumado, se encargo de curar a mi abuela y encargarse del papeleo del caso, lo cual me resulta tan irónico por que en su época mi padre hizo lo posible y lo imposible por atormentar a Ida, mi abuela materna, por romperme la boca y patearme hasta que los músculos de mi estomago se contrajeran y no pudiera respirar, por reventar la cabeza de mi madre con cualquier objeto punzocortante o lo suficientemente duro que tuviera a la mano, por agarrar a patadas a su padre o arrastrarlo por la pista y, que tal, por golpear a su madre hasta que le diera dinero.
La vida de Luisa, entonces, ha sido muy desgraciada, un marido alcohólico y abusivo, un hijo que, hasta hace poco era totalmente mediocre e igual de alcohólico y abusivo que su padre, un par de hermanas totalmente inútiles e incompetentes, que se han aprovechado de ella en incontables ocasiones. Luisa nunca trabajo, y aunque estudio en uno de los colegios más caros en el año 50, nunca fue muy brillante. Cuando aún vivía con mis padres, y por ende, con Luisa, recuerdo que me sentaba a acompañarla en los sillones de la casa, a ver sus novelas y ver dibujos animados juntos. Luisa no era de las mejores cocineras, pero mentiría si dijera que alguna vez no me hizo un plato de carne y papas con todo el amor del mundo. Cuando tenía dinero, Luisa salía a la calle a pintarse el pelo en alguna de esas peluquerías de mala muerte que quedaban por su casa, y solía volver con un chocolate o dos para mí. Luisa siempre me abrazaba antes de irme a la calle, siempre me daba un beso volado antes de ir a la escuela y siempre se sentía contenta de verme. Ahora estamos los dos sentados en un hospital, puedo ver desde donde estoy las heridas en su cabeza y mi estomago se revuelve. Muchas veces le dije a mi madre, que si mi papa es tan heroico como ella lo pinta ahora que volvieron a vivir juntos ¿Por qué no ha hecho nada por Luisa? ¿El tiempo? ¿Las ganas? ¿El miedo? En el fondo quizás sigue siendo igual de inútil, pero es mi madre quien se encarga de todas estas cosas, de llevar a Luisa al hospital y ver sus heridas. Mi madre tiene alma de santa, supongo, o una vocación por cuidar al prójimo, pero conmigo ya se dio por vencida. Ella sabe que yo no tengo remedio y quizás por eso simplemente no le importa ya si estoy enfermo o no. Pero de eso hablaremos en otro momento.
Mi madre ha aparecido al fin, mientras yo abrazo a Luisa con una ternura familiar que creí que había olvidado hace mucho, la acaricio y ella sonríe, es feliz, creo que piensa que voy a volver a verla, que voy a regresar a vivir con ella, mi abuelo, mi padre, y mi madre. Pero no, no puedo, no puedo volver a esa casa por varios motivos. El primero, esa nunca fue mi casa y mi padre no me recibiría bien sobrio o alcoholizado, el segundo, allí, alguna vez, yo tuve un perro, un perro que tuve que dejar y espere que cuidara, un perro que, no supieron cuidar y se volvió violento, un perro tonto al que yo tampoco supe cuidar y no me pude llevar, un labrador al cual mi madre cuidaba como un hijo, un perro al cual, mientras yo y mi madre no estábamos decidieron matar, por que todo se resuelve así con ellos, si no se muere, se desaparece, la tercera razón por la cual no puedo pisar esa casa es porque hay una memoria llena de dolor en cada esquina, un grito, un golpe, y aunque esto no lo sabe nadie, hay escrito con tiza, en una pared oculta dentro de mi habitación detrás del armario, una frase, que a pesar de los años aun no se borra, un estúpido “Daniel y Alejandro, para siempre”, escondido entre los uniformes viejos de colegio y las ropas que Ida tejió con sus manos postrada en una cama de hospital esperando la llegada de la muerte.
Quiero llevarme a Luisa a comer, algo pequeño almenos y a ella le agrada la idea, se aferra y me sonríe con su sonrisa con dientes amarillos y espacios entre ellos, mi madre insiste en sacar unas medicinas, discutimos, le digo que el trabajo solo me da una hora de tiempo, ella insiste en quedarse en el hospital, como era de esperarse, discutimos, me dice que no tengo derecho a venir y decir lo que se me venga en gana, envuelto entre la rabia que me genera las discusiones laborales y mi poca paciencia le digo que es una inconsciente, que Luisa está cansada y que yo quiero verla, la pobre viejita se agita entre los dos y nos pide que paremos de pelear, pero mi madre insiste en que me vaya si es que estoy apurado, la miro con una rabia característica e intento sacarla de allí, la discusión sigue, Luisa se pone más nerviosa, la miro y me muerdo la lengua y puedo sentir el veneno saliendo de ella, le doy una mirada indignada a mi madre, y me llevo a Luisa hacia la salida a esperar, puedo escuchar el murmullo de un grupo de viejas que no tienen nada que ver en el asunto pero no por eso dejan de criticar la manera en la que hablo.
Salimos del Hospital, Luisa esta brillante, sonriendo, mi madre, por otra parte tiene un aire sombrío entre los ojos, le comenta que el seguro medico ha perdido los resultados de la biopsia que le hicieran a la cabeza, para saber cómo se encontraba, hay un tono de preocupación en su voz, Luisa no le hace mucho caso, ella está feliz de estar con su hija política y su nieto, es más que suficiente, es mas compañía de la que normalmente tiene, pues, desde que se accidento y yo me fui de la casa, pasa sus tardes sola en el sillón, tomando un montón de medicamentos que yo no conozco y no quiero conocer, por que la veo tan frágil, tan abatida, tan cansada pero a la vez tan contenta y tan ajena a la serie de problemas que tiene, ella se siente bien, aunque ya le cueste caminar y su cabello religiosamente teñido ahora este cayéndose y blanco. Sé que Luisa morirá en unos años, probablemente tres a lo mucho no estoy seguro de cuantos, se que ha dejado parte de la casa para mi y para mi padre, se que la otra mitad de la casa la tiene Aurelio, mi abuelo, pero desde que mis padres empezaron una serie de litigios los retiro del testamento, dejándome a mí como único heredero de su parte, o al menos eso es lo que tengo entendido, porque tras las diversas querellas y peleas con mis padres, no puedo evitar creer que la casa no se la ha dejado a nadie, y con muy buena razón, yo creo, que por eso el abuelo me quería, porque yo despreciaba a mi padre, y aunque ahora intente portarse bien conmigo, yo no olvido, no olvido que ni él ni mi mama fueron lo suficientemente buenos como para ser una familia, no olvido que mi única familia eran Ida, en menor manera y cierto modo Luisa y luego, años después, Daniel. Y ahora, que Ida se fue, hace 13 años y yo aun guardo sus cenizas, que Luisa tiene cada vez más problemas en recordarme, que Daniel no existe más, que se desvaneció en el mundo y me abandono, no puedo evitar sentir que no me queda ninguna familia.
Mi madre es una buena mujer, cuando no recuerda lo mucho que la desespero, yo por mi parte soy, o era, un buen hijo cuando mi madre estaba callada. Nos sentamos en un café cerca del hospital, Lucia se ve entusiasmada, y pide un plato de tallarines, pero mi madre le susurra con cariño que es una cafetería y no venden tallarines, así que le pregunta que quiere, y mirando al vacio medio perdida, Luisa responde que cualquier cosa, mi madre que la conoce mejor que yo por que aun conviven juntas, pide una butifarra, sin lechuga o cebolla y sin ají, pienso que en realidad eso ya no es una butifarra, pero no digo nada. Ella pide un jugo, aun mirándome con recelo y Luisa pide un café, nuevamente brillando, le han prohibido que tome café muy seguido pero creo que al igual que yo siente que es una oportunidad especial. Yo miro frenéticamente el reloj y aun abatido por todo, pido un pan con pollo y es suficiente, Luisa saca unos billetes arrugados, de la menor denominación, me da dos y me mira con ternura, yo no quiero aceptarlos, siento que le estoy robando y yo puedo robarle a quien sea si me lo propongo pero a ella no. Los acepto luego de su insistencia y los guardo con un poco de culpa en mi estomago. Mi madre sigue comentándole como será necesario realizar más exámenes y como aun no se la podrán llevar a la peluquería, en ese momento la veo quebrarse, no sé si recuerda la impotencia que sintió cuando Ida agonizaba en mi habitación luego de que la gente del seguro no la atendiera a tiempo o si se siente mal por no poder tener el dinero suficiente para llevarla a una clínica pero la veo quebrarse y por un instante la vuelvo a ver como mi mama y no como mi madre. Pero se limpia las lágrimas en sus ojos disimuladamente y sigue tomando su jugo. Yo hago de cuenta que el piso es muy interesante y le sonrió a Luisa, ella sonríe y derrama su café mientras intenta tomarlo, mi madre se apresura a limpiarlo y calmarla pues se a puesto nerviosa, imagino que teme que, como en su casa, mi abuelo venga a gritarle, la veo con lastima y reviso el reloj, hace diez minutos debería estar de vuelta en la oficina, abrazo a mi abuela y le digo que la quiero mucho, veo a mi madre y le doy un beso en la mejilla, ella me sonríe, como lo hacía antes de que nos peleáramos y dejara de ser mi mama y se volviera mi madre. Luisa paga la cuenta, o eso cree porque mi madre paga la otra mitad. Yo las miro de lejos y me voy pensando en que tanto importa todo esto.
En la puerta de la oficina me detengo, esto me ha recordado, la forma en la que Luisa se aferra tanto a su hijo y a su esposo que a veces, la gente necesita una familia, que muchas veces es necesario ser parte de algo, de un núcleo, que quizás, yo, ahora no pueda tener esa familia que siempre quise porque ya no hay quien quiera arriesgarse a tener un par de niños con alguien tan desequilibrado como yo. Tengo un nudo en el estomago pero no digo nada, por primera vez en muchos días me siento solo, abatido, decepcionado, encarcelado. Aunque no hablo mucho con Luisa y en realidad no puedo hacer el intento de ir a visitarla mas seguido, no puedo evitar sentir un cariño por ella, por todas las veces que me cocino y me hizo cariño cuando nadie más quería hacerlo. Algún día, en un par de años, luego de que Luisa no este, voy a tener una pelea demoledora con mi padre, por la casa, por los recuerdos, para ver ese lugar demolido, porque así Luisa descansara en paz, con esa casa llena de dolor hecha pedazos y convertida en un apartamento donde mucha gente pueda tener lo que ni ella ni yo tuvimos, ni tendremos, una familia.