Contraste




Es gracioso lo fácil que resulta volver a la misma vida de antes. Claro, resulta fácil volver, acostumbrarse es otra historia y es más bien un desafío intentarlo sin terminar por perder la poca sanidad mental que queda escondida en los rincones más oscuros de una cabeza que no ha hecho otra cosa más que rodar por el piso en los últimos días.

Nuevamente sin rumbo, en el mismo circulo desde donde empieza todo, con un sabor a inseguridad y terror renovados porque he caído en cuenta que no importa que tanto intente escapar del mismo patrón, estoy condenado a caer en el interminable circulo en el que no importa que tanto me esfuerce alguien termina hecho mierda, y generalmente ese alguien soy yo.

Esta vez, los actores, los errores y los sucesos fueron diferentes. Día tras día me pregunto si es que existe una ecuación o algo por el estilo que de una manera u otra me condena al desastres, creo que, de cierta manera no estoy condenado a nada, solo tomo malas decisiones y tengo la capacidad de desencadenar una serie de reacciones no intencionales que finalmente acaban arrastrándome a mí y a quien quiera que esté a mi alrededor a una espiral de problemas y dramas propios o ajenos.

Pero no importa toda la teoría y los intentos de explicación acerca de los cómos y los porque, ni las justificaciones a la situación y mucho menos sirve de algo buscar una explicación a algo que, sorprendentemente ya está terminado por decisiones unilaterales. Lo que importan so los hechos, estoy solo de nuevo, mis pensamientos se han dispersado como pedazos de un edificio bombardeado, he vuelto a sentir el frio recorrer mi cuerpo y a la inseguridad apropiarse lentamente de mi voz y de mis pasos, en resumen, nuevamente estoy jodido.

Incluso la puerta se parece.

Es así como mi cuerpo que ya no sentía frio empieza a acostumbrarse a la ventisca helada de las tardes, de la misma manera que mis brazos no se entrelazan mas en abrazos que duraban horas, como mi cabeza ya no descansa sobre un pecho ajeno, cuando mis horarios se dividían entre lo mío y lo suyo. Cuesta acostumbrarse a entender que ya no hay un lugar al cual volver y al cual llamar hogar por mas prestado que sea, así como cuesta aceptar que su rostro no es lo primero que veré al despertar un fin de semana y mi espalda no sentirá el intenso latido de otro corazón golpeando contra ella, al igual que mis labios no se deslizan por una piel que por momentos me pertenecía.

Quizás fue demasiado rápido, o quizás nunca estuvo lo suficientemente firme como para poder evitar un derrumbe tan propenso. Probablemente los errores y las voces ajenas empezaron a deteriorar lo que recién se estaba construyendo. Quizás esas voces escondidas en el fondo de mi cerebro tienen razón y yo no valía ni el tiempo ni el esfuerzo. O quizás no existe una explicación lógica y no recae la culpa en nadie. No sé, y creo que al final de cuentas nada de eso importa, no por desmerecerlo, sino porque esas cosas no cambian nada y yo lo sé mejor que nadie

Me sorprende como es que pese a que ya no hablamos y el sigue con su vida, yo no puedo evitar tener que esconder mi sonrisa cuando veo una foto suya a lo lejos o reconozco su cara, no puedo evitar los vuelcos en el estomago cuando alguien menciona su nombre, el escalofrió cuando reconozco la ropa que trae puesta por que también me la he puesto yo o porque es la misma que se pone todos los días, cuando recuerdo las mañanas de fin de semana ordenando el departamento y las noches en las que comíamos cualquier cosa que tuviera delivery, como aun, de cierta manera, mis manos extrañan deslizarse por cada milímetro de su cuerpo y de repetir los movimientos que terminaban por unirnos antes de dormir.

No me arrepiento de nada, ni de haber quedado prendido, ni de haberme emocionado, ni de las ilusiones, ni de los intentos fallidos, ni de las llamadas diarias, tampoco me arrepiento de las decisiones tomadas, de las horas extra, de los intentos innecesarios. Nunca le tuve miedo al contraste, ni a las voces ajenas, ni al futuro, ni al pasado, y es que por una vez en mucho tiempo me sentí libre, me sentí especial, volví a sentir que de una manera u otra cada cosa que hacia había recuperado el valor sustancial que había perdido hace mucho, el valor de hacerme sentir que mi existencia era parte de algo más grande, aunque solo fuera de una relación.

Así como todo cuesta, cuesta aun más perder las costumbres, cuesta dejar de ver el mensaje, cuesta borrar los números, cuesta olvidar los potes de nutella y a los pingüinos navideños, ignorar a las velas que no se usaron y la billetera que descansa en mis bolsillos, y la foto que guardaba en ella, a los archivos en los discos extraíbles y las fotos escondidas en una tarjeta de memoria.

Cuesta aun mas desligar las historias repetidas, el sentimiento de que las cosas han caído en un constante repetición, en que las historias son demasiado similares y en que yo, al final de cuentas no pude cumplir mis expectativas ni los deseos que quise lograr. Aun tengo que afrontar que no siempre es mi culpa, que no puedo evitar las similitudes y que yo, al final de cuentas hice lo que pude y no puedo cambiar nada ya.

Y entonces, ahora que finalmente cada uno ha terminado disperso por su camino, ahora que su vida sigue y la mía vuelve a estancarse en un “No puedo moverme, porque no se a donde ir” creo que puedo decirlo sin sentir que es un drama incensario todas estas cosas que seguramente a nadie le interesan ya, y puedo decir lo que mis sentimientos no me dejan decir frente a frente: Gracias, Lo siento y Adiós.

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