La lluvia de esta ciudad es asquerosa, no son lágrimas del cielo, como le llaman los melancólicos poetas, estas gotas son escupitajos de nubes negras y corrompidas por el karma de los fatídicos ciudadanos limeños. Nunca me cubro mientras llueve porque me encanta embarrarme entre las gotas diminutas, con un sabor a tierra y a melancolía.
Durante mis peores épocas, fue mi mejor compañera. Lluvia fiel y compañera cuando todo parecía perdido y consideraba seriamente lanzarme al abandono, dejar el poco respeto que me queda por mi persona en la puerta y seguir descendiendo en la locura, en la facilidad y el mundo al que jure despreciar durante mis días sobre la tierra. La amaba, y dependía de ella, no porque me "purificara", sino porque durante esas interminables madrugadas de caminatas sin destino fijo, me sirvió de punto de seguridad, para sacarme fríamente del estupor, para recordarme que seguía aquí, y que ni la pesadilla ni el cuento de hadas habían terminado aun.
Llueve y sigue lloviendo y yo sigo caminando, y martillando mi cerebro pensando en él. Y es que me hace tanta falta, que parece que olvido todo lo demás, mis esfuerzos sobrenaturales para mantener mi mente alejada de él son inútiles
Es sábado, bueno, realmente ya es domingo. Acabo de salir de una reunión que duro más de lo que esperaba, tengo la cabeza en alto mientras la lluvia me baña. Son las 4 de la mañana, o eso dice mi celular, hay un viento frio corriendo por toda la ciudad, y me pregunto dónde está el, donde se ha quedado y si está pensando en mi. Alguna vez le dije, remarcando unas coincidencias indiscutibles, que siempre que llovía, el lazo entre nosotros o se rompía o se forjaba más fuerte. La lluvia me recuerda mucho a él, no por que alguna vez estuviéramos juntos bajo la lluvia, sino porque en cada momento crítico, cuando llovía afuera y el mundo parecía acabarse, el estuvo a mi lado, el escuchaba y entendía, aunque no siempre aprobaba. Pero así era él, amable en sus maneras y comprensivo. Llueve y sigue lloviendo, y yo sigo caminando, y martillando mi cerebro pensando en él. Y es que me hace tanta falta, que parece que olvido todo lo demás, mis esfuerzos sobrenaturales para mantener mi mente alejada de él son inútiles, y es porque ya casi bordeando la demencia puedo oír su voz en mi cabeza, diciendo dulces palabras que no se si algún día volverte a escuchar, siempre sin tener una certeza, sin tener una esperanza, sin tener nada más que ideas erróneas o acertadas.

Ahora en las noches interminables solo me queda lluvia delgada y frágil, como el recuerdo del amor que tan lejos me llevo y tan fuerte me volvió. Mi jean se embarra con el polvo y el agua sucia a mis pies, el cielo amanece y mi cigarrillo no se extingue. Miro hacia adelante, quedan por lo menos unas quince cuadras antes de llegar a la avenida, antes de ver a la gente trabajadora saliendo de sus casas. Entre bocanadas de humo y aire fresco, sigo suspirando como colegiala. Me siento cómodo en este clima, caminando y pensando en la cantidad de cosas que aun quiero hacer, en los motivos por los cuales no tengo permitido tirar la toalla bajo ninguna circunstancia.
¿Por qué estoy caminando? La verdad, la respuesta es sencilla, porque me dieron ganas de hundirme en la neblina de la mañana, de sentir la humedad filtrándose en mi nariz y el recuerdo quemándome en el cerebro. El mentol de los cigarrillos me hacen sentir escalofríos por todo el cuerpo, hace varios días que no fumaba, y eso me hace sentir algo mal, no por fumar, sino porque volví a hacerlo pensando en el. Recuerdo que con muy mala leche le dije “Cada uno de los cigarrillos que fume desde que me dejaste llevaban tu nombre” y aunque suene a drama, es la realidad, cada bocanada de humo estaba dedicada a él, no por querer hacerme daño, para nada, solo lo hacía con el fin de ya no pensar. Quizás por la naturaleza tan malvada de ese comentario, hoy me toco escuchar uno aun más hiriente “¿Cuándo te das cuenta de que amas a alguien? Cuando la relación se acaba” y discretamente me moví hacia una esquina de la casa a golpear mi cabeza contra la pared. A veces pareciera que el universo se empeña en que no olvide mis cargas emocionales.
Ya perdí la cuenta de las calles, de lo que traigo en la cabeza, de las gotas que me cayeron en la cabeza. Son más de las 5 y ya amaneció completamente, pero sigue lloviendo. Es como con todo, aunque a veces simplemente parece no estar, sigue allí, esperando el momento adecuado para volver a estallar. Así como la lluvia se esconde durante las mañanas esperando el momento adecuado. Quizás el día que deje de llover, ese día me detendré y dejare de pensar en él, el día que deje de llover, dejare de albergar en mi corazón un pequeño espacio esperando su regreso. El regreso triunfal y prometido. Pero no, hoy sigue lloviendo, hoy me sigo ensuciando de recuerdo y nostalgia, y hoy también sigo amándolo.
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